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1ª Edición / 434 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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No importa cuando apareció el primer ser humano. Desde antes, ya existían los impuestos en un sentido latente que iba a guiar un cambio: de nómadas a sedentarios. Es así como, mientras las leyes, poesía, leyendas, filosofía e historias se contaban oralmente, la escritura surgía para recopilar la información relacionada con los impuestos, pues la memoria humana es limitada para recordar la capacidad de contribución ?ingresos, posesiones, pagos y deudas? de miles de personas. En este sentido, los impuestos se fueron cultivando con las primeras cosechas organizadas de la humanidad para que pudiéramos vivir en colectivo y se crearan aldeas, pueblos, ciudades e imperios.
Desde los inicios, las personas comprendieron que, si querían vivir juntas, debían hacer algún tipo de aporte individual para soportar causas comunes. Cualquier aporte: en dinero, en especie o a través del trabajo físico. Por ejemplo, se podía contribuir con servicios personales, a través del servicio militar o la construcción de grandes pirámides, así como con la "prima notte" impuesta por los señores feudales a sus siervas. Desde un inicio, también se tributó en especie con cebada o alimentos que traían las cosechas, o inclusive a través de los controvertidos diezmos religiosos, como los que causaron el cisma luterano.
La tributación en dinero es la que más se conoce actualmente, pues se apartó ?quizás por estrategia? de las contribuciones con servicios personales. Así, existen tributos sobre la renta, el consumo y el patrimonio; tasas para compensar el uso de la infraestructura de transporte, como es el peaje que se paga en carreteras, o los tributos por el uso de instalaciones aeroportuarias; o los que buscan devolver al Estado un beneficio privado, como son la contribución por valorización y el impuesto de plusvalía. En fin, el ser humano ha inventado todo tipo de contribuciones para que se pueda soportar la vida en sociedad, o la vida individual, o la vida espiritual, o inclusive, la vida después de la muerte.
Después de tantos siglos de imposiciones de todo tipo, las sociedades establecieron que lo civilizado y lo justo, sería que los tributos serían legítimos si previamente habían sido debatidos, aprobados y escritos por un órgano legislativo o quien hiciera sus veces. Por lo que siempre será necesario, para el ser humano, conocer la letra de los impuestos de antemano, para no gastar lo que no es suyo ?o por lo menos? lo que los demás consideran que no es suyo.