Literatura: Eco de las Mareas

Los antiguos concebían el tiempo como el flujo infinito de los ciclos -corrientes que conducen a la eterna reiteración de lo mismo-, de modo que no consideraban los viejos sucesos como definitivamente acabados, sino con una permanencia latente que les permitía tener lugar una vez más, cuando la marea de la existencia retornara al mismo lugar de las pasadas ocurrencias, pero ubicado este punto en la siguiente circunferencia del espiral del tiempo.

De este mismo modo, la Literatura -tal como el cosmos- está sometida a la corriente de los ciclos, por esta razón únicamente puede narrar los mismos hechos fundamentales, escenificar los mitos tradicionales y simbolizar los viejos y eternos arquetipos. Nada nuevo hay en sus contenidos que no haya sido tratado con anterioridad, y no se refiere a ninguna cosa que se encuentre fuera del esquema cósmico: por tanto, nada existe fuera de sus límites infinitos. Sólo la forma y los escenarios han modificado su aspecto, pero la esencia permanece, experimentando cambios conforme al devenir de los períodos que siempre son los mismos, mas diferentes a causa de un fluir en espiral que conduce o separa de un centro originario.

En el caso específico de la Literatura, el núcleo es el hombre: éste fluctúa en espiral desde su propio centro hacia el exterior, estableciendo una tensión entre su dimensión cósmica e histórica. De esta tensión universal-existencial nace la tensión dramática, pues este devenir -flujo y reflujo desde el centro a la circunferencia- es el germen de la Literatura: Arte dinámico que recorre una senda en espira que conduce desde la leyenda más primitiva hasta la narración propiamente literaria, pues los temas fundamentales surgen sólo de un único manantial primordial, al cual ha de volver los artífices una y otra vez durante incontables ciclos, todos los cuales no conocerán término sino hasta que hallen su finalidad.

La raíz de toda narración es la leyenda, y ésta es la expresión oral de lo inefable: lo trascendente y fantástico que era experimentado con auténtico terror y placer por el hombre antiguo, pues estaba en comunión con el niño interior; es decir, con los aspectos lúdicos y misteriosos de la vida. No obstante, esto no quiere decir que el moderno hombre literario se halle en un estado superior de madurez, permitiéndose así disfrutar de los viejos terrores como un inocuo juego intelectual; por el contrario, se halla en desventaja porque ha perdido el vínculo con el niño y la indefensa razón lo impulsa a reprimir la magia y los horrores originales con máscaras anodinas de papel impreso o páginas electrónicas que corren veloces ante sus abstraídos ojos.

Pero si la leyenda es la fuente visible de la narración literaria, entonces la Literatura nace de la fantasía; entendiendo ésta como la expresión de lo indecible, de aquello que sobrepasa la capacidad de expresión humana. En este sentido, la Literatura es una paradoja, porque expresa lo inefable, y un arma, porque termina con la imposibilidad; o sea, armoniza los opuestos esenciales en vez de confrontarlos. Esto quiere decir que la Literatura existe desde siempre, con independencia de si es oral o escrita, si se manifiesta por medio de los símbolos fundamentales y sintéticos de la leyenda y el mito, o si se revela a través del elegante estilo de una pluma finísima.

No hay duda entonces, que toda Literatura es fantástica, pues se refiere a la dimensión cósmica del hombre por medio de la escenificación de su devenir histórico y cotidiano; o sea, la narración lineal de un conflicto que tiene comienzo, desarrollo, clímax, y conclusión, mas este fin no es un acabar definitivo, sino un nuevo punto de partida. Aquí es dónde se rompe la linealidad otra vez y se torna al espiral original de los ciclos, produciéndose una tensión entre lo cósmico e histórico y entre el tiempo circular y el lineal. Por último, el conflicto, el motor de la narración, es un motivo cósmico, una energía que tiene relación directa con los mitos de la creación y la transmutación, pues toda obra literaria es Alquimia. La Obra es un acto de creación, un nuevo hacer. Es real a su modo y en su propio sistema de referencias. Existe en un extraño universo: el hacedor, el lector y las páginas que le sirven de soporte; sin embargo, tiene vida propia, pues las sucesivas lecturas traen consigo nuevos elementos, algo que no estaba allí la última vez; no es sólo consecuencia de un estadio superior de lucidez del lector, sino que algo ha cambiado en la obra misma con el devenir de sus misteriosos e imperceptibles ritmos. Tras la germinación, toda obra comienza a hacerse a sí misma, pues adquiere cierta independencia de su creador, y aunque es una parte de éste, también es una manifestación consciente de sí misma que muta según sus principios y fines misteriosos.

Desde el punto de vista de los géneros, la Literatura fantástica, sólo se diferencia de la no-fantástica en el modo como trata los mismos temas. Aquella revela la fantasía de una manera directa y evidente, escenificando situaciones que no pueden ser verificadas en el devenir de lo cotidiano: que un individuo se convierta en estatua no puede constatarse directamente en el correr de los sucesos de todos los días, pero -sin embargo- existen quiénes se han transformado, individuos que secaron la fuente de su pasión y esperanzas; los vemos moverse y hablar, pero su movimiento es una incongruencia, una falacia, pues los conduce a ninguna parte. No obstante, esta transmutación permanece invisible para los ojos comunes, mas los procesos de la Literatura fantástica terminan por revelarlos para todos, de modo que aquello que tiene lugar en el mundo psíquico, se transmite al dominio de lo físico por arte de magia: La Literatura fantástica simboliza una totalidad que es a la vez espiritual; unitaria y variada, estable y cambiante, física y psíquica, mental y afectiva. Así mismo tiene vía libre a todo lugar y tiempo, incluso se permite prescindir de ellos o superponerlos, puesto que se hallan en algún punto y momento de las circunferencias de la espiral y también puede acceder a todo lo posible y a aquello que se imagina como imposible.

En el caso de la Literatura no-fantástica, el proceso narrativo, la obra alquímica, queda incompleta a causa de los límites que imponen los géneros, el mundo físico y psicológico. Los antiguos no conocían esta división artificial y a la dimensión psíquico-física habían incorporado otro elemento: la dimensión cósmica-mágica. De este modo sus creaciones literarias, todas sus obras, son la expresión de la totalidad y sus partes, de la unidad y la variedad, de lo cósmico e histórico. Esto es fácil de constatar:

En la novela de amor Dafnis y Cloe, del griego Longo, la condición mágica del hombre unifica todo el argumento, pues a los protagonistas les vasta decir en voz alta sus deseos para que éstos se hagan realidad: ellos están libres de los prejuicios de la imposibilidad, son -por consiguiente- soberanos para ejercitar la auténtica voluntad. Es una novela breve cuyo tema principal es el amor entre dos adolescentes que deben enfrentar muchos problemas antes de unirse definitivamente. Sin embargo, las dificultades hallan siempre una solución mágica, que es triada a escena por los deseos de los protagonistas, los cuales son pronunciados a viva voz en los momentos de peligro extremo, cuando parece que nada n i nadie podrá salvarlos. Es una obra bucólica y elegíaca, ambientada en la isla de Lesbos, cuyo más antiguo y completo manuscrito es el Laurentianus del siglo XIII.

No obstante la universalidad de la Literatura, es posible considerar cada uno de sus aspectos por separado, y así como los distintos atributos de la divinidad son cada uno por sí mismo un dios, la Literatura fantástica es una totalidad por sí misma. En este universo particular destacan dos autores que conocen con profundidad la doble condición humana -cósmica e histórica-, cuyas perspectivas opuestas son perfectamente complementarias. Nos referimos a Tolkien y a Lovecraft.

Tolkien describe un momento cuando el devenir del hombre transcurre paralelo a la historia de otros seres, pero no separado, pues las corrientes de cada especie se entrecruzan, se mezclan y salen del mundo de los unos para penetrar en el de los otros. Es un tiempo mítico, heroico y legendario, en el cual el hombre es parte de los flujos y reflujos de la historia y del Cosmos. Escenifica la saga planetaria desde sus comienzos magníficos hasta los primeros tiempos de la decadencia, cuando ésta era evidente a los ojos de todos sus habitantes, donde cada especie vivía su propia historia, pero plenamente consciente del devenir de todas las otras: kelvar, olvar, elfos, hombres, hobbits, khazâd (enanos), gigantes, águilas, cuervos, dragones, cornejas, caballos. Es una época de inteligencia cósmica e histórica, pues cada criatura está consciente del devenir y de la polidimensionalidad de su condición personal y de todo cuanto existe: Sabían cada entidad que se manifestaba ante sus sentidos concretos tiene imperceptibles proyecciones hacia otras dimenciones.

Lovecraft, por el contrario, se refiere a un tiempo obscuro, desapercibido de conciencia cósmica continua. Una humanidad disminuida, ciega y provinciana que no se entera la existencia del otro mundo sino por medio de un burdo y aterrador despertar a causa de la irrupción violenta de sucesos extraordinarios; un corte severo en el flujo de la cotidianidad inconsciente de una sociedad que se ha apartado de las corrientes universales del devenir, transformándose en una parásito, un accidente, una enfermedad que infecta el natural desarrollo de las mareas universales. Los personajes de Lovecraft sólo pueden aterrorizarse ante tal embestida, huir o ser devorados por la vesania, y lo único verdaderamente sano es exterminarlos de raíz.

Ha quedado bien establecido que ambos ostentan una amplia y profunda conciencia cósmica, pues se refieren, directamente o por referencia implícita, a las edades tradicionales del hombre: Oro, Plata, Bronce, Hierro y Plomo. Flujos y reflujos de dimensiones cósmicas, pero reveladas por medio de acontecimientos que tiene lugar en el devenir histórico, o sea, a través de los sucesos, ya que sólo pueden ser narrados tal como devienen los hechos que han sido puestos por escrito.




Marco Paredes