Un día en la vida de Castan Tobeñas

Un juez estrella en el Franquismo



La denostada (o admirada) categoría de juez-estrella agrupa en los sistemas democráticos casi exclusivamente a los instructores de sumarios que inculpan a políticos corruptos, financieros sin escrúpulos, asesinos terroristas, responsables de la guerra sucia, narcotraficantes internacionales o dictadores refugiados en el exilio; Baltasar Garzón en España, Antonio di Pietro en Italia o Renaud van Ruimbeke en Francia forman parte de esa galería de celebridades. En los sistemas autoritarios, en cambio, la humillante subordinación los tribunales al Gobierno y de los medios de comunicación a la censura hacen inimaginable ese tipo de protagonismo judicial, reservado a los altos magistrados que sirven al poder y cuentan con su benevolencia.
Antonio Serrano González, profesor de la Universidad de Barcelona, ha elegido como juez-estrella del franquismo a José Castán Tobeñas, presidente del Tribunal Supremo desde 1945 hasta su jubilación en 1967 y autor de manuales de Derecho Civil utilizados durante décadas no sólo por los alumnos de las Facultades de Derecho para aprobar los exámenes, sino también -y sobre todo- por los opositores a los grandes cuerpos del estado para preparar los temarios. (Según algún chistoso, los notarios y los registradores detestaban a sus niños con el castán con la esperanza de que siguieran sus pasos). La fecha aludida por el título de este libro es el sábado 19 de noviembre de 1955: el No-do otorgó especial relieve al acto de clausura del I Congreso Iberoamericano-Filipino de Derecho Procesal, celebrado con la asistencia del generalísimo Franco y de Castán. No se trataba de un hecho excepcional: el presidente del Tribunal Supremo compartió subalternamente con el Caudillo otros muchos actos académicos, festividades judiciales, funerales por José Antonio Primo de Rivera y audiencias en el Pardo, registrados siempre celosamente por las cámaras del noticiario cinematográfico que ponía "el mundo entero al alcance de todos los españoles". Los medios de comunicación son indispensables para la fabricación de jueces estrella: hasta el Diario Hablado de Radio Nacional, que disfrutaba de durante la dictadura del monopolio informativo en las ondas, contaba con la colaboración de Castán para glosar acontecimientos jurídicos tan memorables como la Ley de Principios del Movimiento.

Figura 1: Franco y miembros del Consejo del Reino, en El Pardo; el primero a la izquierda es Castán Tobeñas.

La trayectoria académica y judicial de Castán no prefiguraba, sin embargo, ese destino. Catedrático de las Universidades de Murcia, Barcelona y Valencia, fue elegido decano de la valenciana Facultad de Derecho poco después de la proclamación de la República; designado en 1933 por el cuarto turno magistrado de la Sala de lo Social del Supremo, presidida por Demófilo de Buen, pasaría en 1934 a ocupar el mismo cargo en la Sala de lo Civil. La insurrección militar del 18 de julio le sorprendió en Tortosa: durante los años de guerra siguió desempeñando su cargo en la zona republicana. Sometido a un tribunal militar y a dos expedientes de depuración como magistrado y como catedrático, Castán salió indemne de la prueba; otros compañeros suyos de universidad o de tribunal pagarían, en cambio, con la vida, la cárcel o el exilio su lealtad a la República. En 1940 fue designado magistrado del Supremo, sustituyendo en 1945 a Felipe Clemente de Diego como presidente del Tribunal; en calidad de tal formó parte del Consejo del Reino.
Pero el propósito de Un día de la vida de José Castán Tobeñas no es sólo recordar la contradictoria biografía de su protagonista y describir cómo el franquismo "le encumbró, le condecoró, le comparó sin ningún pudor con Savigny y le aupó sin reparo alguno a un Parnaso jurídico de incontables ya veces extrañas presidencias". La obra también analiza, a través del caso paradigmático de un civilista cuyos textos fueron memorizados por varias generaciones de estudiantes y opositores, las características de una cultura jurídica que sobrevoló por encima de los cambios de régimen y sirvió a la dictadura tras haber colaborado con las instituciones de la democracia. Antonio Serrano González recurre a la comedia " Los filólogos" escrita por José Bergamín en 1925 (una divertida sátira de Américo Castro, Ramón Menéndez Pidal y Felipe Clemente de Diego, entre otros) en búsqueda de respuestas a esa pregunta. Para el tipo de estudioso caricaturizado por Bergamín (con independencia de que se dedicase a la gramática, a la historia o al derecho), las fichas de libros ajenos son "castas diosas protectoras" que forman una "blanca estepa" de cartulina que conduce hacia la nada. La reducción del saber jurídico de José Castán Tobeñas a la sincrética acumulación de citas, esquemas y resúmenes explica en buena medida que este magistrado republicano y después juez-estrella del franquismo fuese capaz de adaptarse sin problemas deontológico a cualquier concepción de la justicia.


Javier Pradera
(Extraído del Suplemento Literario BABELIA, El PAIS 28 abril 2001 )