Concepciones antropológicas de los protagonistas de la revolución neurocientífica

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En 1786 se descubrió la existencia de una estrecha relación entre electricidad y contracción muscular. Incansables investigadores se afanaron durante los cien años siguientes para aprovechar al máximo esta nueva puerta de acceso a la trama íntima de la vida. Cuando la ciencia decimonónica alcanzó su punto culminante con Maxwell y Darwin, se difundió la esperanza de desvelar todos los secretos de la mente gracias a la fuerza electromagnética combinada con la evolución por selección natural. Figuras señeras, como el norteamericano William James y el español Santiago Ramón y Cajal, preludiaron una fase de continuos avances tanto teóricos como experimentales. La atención se focalizó en el cerebro como punto de encuentro entre lo biológico y lo psíquico. El siglo XX ha conocido incontables logros, gracias a las aportaciones de psicopatología, morfología, fisiología, biología molecular, inteligencia artificial y tecnología de la observación. Los estudios sobre el sistema nervioso de otras especies animales han servido para conseguir también un conocimiento cada vez más exhaustivo del cerebro humano. Muchos especialistas creían (y con frecuencia todavía creen) en la desaparición a corto plazo de cualquier incógnita relativa a la que se reconoce como más compleja estructura de todo el universo. Con el siglo XXI los estudiosos se han vuelto más prudentes: sin que hayan cesado los progresos en todos los frentes, también han surgido nuevas y cada vez más desafiantes preguntas. Lejos de correr el riesgo de "morir de éxito", la ciencia del cerebro y la mente deberá seguir buscando nuevas sinergias. Es muy probable que lo científico y lo filosófico hayan de colaborar sin lograr atisbar nunca un horizonte ayuno de enigmas y por consiguiente de ulteriores enriquecimientos. Por eso es importante examinar cuáles fueron y son las concepciones antropológicas de las personalidades que auspiciaron y siguen impulsando la revolución neurocientífica.

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