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No parece sencillo precisar qué atributos se deben reunir para merecer el calificativo de intelectual. Norberto Bobbio (II dubbio e la sceltá. Intellectuali e potere, Roma, 1993) consideraba que el intelectual es aquel que no hace cosas sino que reflexiona sobre las cosas. Pero si fuera así, todo aquel que trabaja con ideas habría que considerarlo un intelectual, lo que supondría extender demasiado este término. Tal vez, y dado que los significados de las palabras son puras convenciones, sea mejor examinar qué cualidades, qué atributos han reunido en nuestra historia todos aquellos a quienes se les ha clasificado como intelectuales (Santos Julia, Historia de las dos Españas, Madrid, 2004). Si adoptamos este criterio, veremos cómo al intelectual no sólo se le ha exigido trabajar con ideas sino también hacer cosas; hacer cosas con ideas: un intelectual es llamado así cuando ha alcanzado notoriedad en el ejercicio de su profesión y, además, aprovecha esta notoriedad para contribuir con su palabra a formar, conformar o reformar la opinión pública. En el mundo académico, un profesor o un investigador asume, pues, el papel de intelectual cuando, sin abandonar el aula o el laboratorio, se dirige con su ciencia no a sus estudiantes ni a sus pares sino al gran público cuya opinión quiere modelar. Y esto es lo que hace el profesor González-Trevijano en este libro cuya lectura recomiendo vivamente.

Del prólogo de Virgilio Zapatero
Rector de la Universidad de Alcalá

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