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Nadie está libre de la agresión. Con frecuencia nos vemos cogidos por ella e inducidos a reacciones de las que más tarde nos arrepentimos. Muchos crímenes, psicológicamente considerados, no son más que agresividad mal encauzada. De ahí que, para muchos, la agresión no sea solamente un mal, sino el mal por antonomasia. Este libro, a partir de muchos ejemplos esclarecedores, ayuda a formar un juicio diferenciado sobre esta cuestión. Del interesante diálogo entre la psicopedagoga Christa Meves, con una larga experiencia de asesoramiento, y el biólogo Joachim Illies, experto en la observación del comportamiento animal, se deduce que la agresión tiene, en primer lugar, un sentido de autoafirmación y autoconservación. Ayuda al ser vivo a crearse a sí mismo y a construir su propio mundo. En ese sentido debe interpretarse la terquedad de los niños y la rivalidad de los hermanos entre sí. No se ayuda a los padres y a los educadores resaltando lo demoníaco de la agresión y asustándolos ante ella. Debemos, más bien, aprender a discernir su funcionalidad vital, sus posibilidades, lo mismo que sus peligros y las causas que lo originan, para reaccionar correctamente en situaciones difíciles concretas.
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