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¿Queremos como hemos sido queridos? En los últimos años, los estudios demuestran que la formación del cerebro del niño depende, especialmente, de todo aquello que rodea a la madre durante la gestación y de la formación del vínculo afectivo entre padres e hijos. Es más, las primeras interacciones entre los progenitores y los recién nacidos son esenciales en el desarrollo de la expresión afectiva de los hijos. El cerebro afectivo aborda la relación del sistema nervioso central en la formación de los lazos afectivos entre padres e hijos, y pone el foco de atención en los efectos del afecto en el comportamiento posterior de las personas. Pero, además, presenta un dato de gran importancia: el sentido optimista de la vida, fundamentado en estudios de la propia autora y de otros investigadores, que ponen de manifiesto que el afecto recibido en los primeros años de nuestra vida puede compensar algunas de las limitaciones biológicas que hayan podido producirse durante la gestación. Dicho de otra manera, el buen cuidado y el cariño en la primera infancia se presentan como algunos de los factores más relevantes para alcanzar una sociedad más saludable y feliz. El cerebro afectivo demuestra que el afecto durante la gestación y durante la primera infancia modela, de forma muy relevante, nuestro cerebro y nuestro carácter.