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1ª Edición / 215 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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Lo característico de esta teología es que surge del C. Vaticano II y, como él, quiere dialogar con el hombre de hoy. Lo más novedoso en ella es el lenguaje secularizado que emplea, único que entiende su interlocutor, y que ella considera originario del cristianismo. Por eso abandona el lenguaje metafísico de la teología tradicional y no especula sobre temas que el hombre actual no comprende. Además, cree que cada época tiene su propia forma de creer. Los temas que aborda tienen como punto de referencia el hombre, el mundo y toda su problemática, de ahí el nombre polémico de teología política, que sus promotores se encargan de aclarar. Como proyectó el Concilio, también esta teología quiere servir al mundo a semejanza de Jesucristo que quiso servir y no ser servido. La obra emblemática de su máximo representante, el alemán Johann Baptist Metz, lleva por título Teología de Mundo. Y es que, para Metz, cristianizar el mundo no significa que haya que hacer de él otra cosa que lo que es: mundo. En modo alguno significa que el mundo tenga que someterse a la Iglesia, al contrario, ella ha de ser garante de su secularización. Cristianizar el mundo en su sentido original es secularizarlo, respetando las características inalienables que se le infundieron en la creación. La nueva teología política europea asume, pues, la historia que viven los hombres en el mundo, porque la considera lugar por excelencia de la revelación de Dios y porque es parte de la única historia de salvación. Consecuentemente no teme su secularidad ni su laicidad por estar dentro del dinamismo encarnatorio del cristianismo. Son muchos los teólogos que creen que la laicidad beneficia al cristianismo, entre ellos I. Congar. Hoy no se acepta el nacionalcatolicismo, se prefiere la separación Iglesia y Estado.