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1ª Edición / 1032 págs. / Tapa dura / Castellano / Libro
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Urbanismo, Derecho urbanístico, ciudad... La ciudad debe ser al fin y al cabo el espacio, la frontera de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones, el centro en el que lo importante se decida, el círculo donde todo ha de ordenarse, la perspectiva en la que nuestra civilización, construida a base de milenios, devociones y miedos, cobre su verdadera dimensión. Pero la ciudad debe ser asimismo forma, figura de elegancia, mocedad, arruga del tiempo, surco de la laboriosidad de las gentes, hueco de sueños, molde de aventuras... Y al tiempo que callada quietud ha de representar el movimiento, la dispersión y la agitación pues que es lugar de tránsito, de paseo, punto de partida, de llegada, de huida, encrucijada donde se produce el choque vívido y fecundo de culturas ... La ciudad debe ser el lugar donde el montón se ha de convertir en muchedumbre y la muchedumbre en pueblo, y el pueblo en ciudadanía, y la ciudadanía en soberanía resuelta y altiva. Porque la calle, nervio de la ciudad, es el escenario donde siempre se ha revolucionado todo lo que era imprescindible revolucionar, bien tomando la Bastilla, bien acercándose a colgar las 95 tesis de un clavo en la puerta de la iglesia en Wittenberg. La calle, siempre la calle de la ciudad, como palanca del cambio liberador y como ejemplo de vida pujante, de ímpetu arrollador (los pueblos árabes avanzan poco porque sus ciudades tienen muy estrechas las calles) pues sabemos que, cuando quiere crecer, la calle destruye sin miramientos el obstáculo, sea la muralla, sea el barrio vetusto que la encorseta. En el urbanismo moderno, los "ensanches" del siglo XIX han de ser vistos como las branquias por las que pudo respirar la ciudad que se ahogaba. Y es que la ciudad, como el ser cabal que es, respira y es justamente su respiración fatigosa o acompasado, vital o mortecina, la que acaba marcando el ritmo de nuestras vidas y por ello no es lo mismo vivir en una ciudad levítica y sofocante, de rancias ceremonias, que en una ciudad abierta a los soles y a las estaciones, confiada y natural, de la misma forma que no es lo mismo disponer de un corazón robusto que de uno lábil e interino. La ciudad nos debe transfundir su sangre y ser la más generosa donante de órganos.