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Acosado por invasiones, guerras civiles y dificultades internas durante todo un siglo, el Imperio Romano que hereda Diocleciano el año 284 estaba desesperadamente necesitado de la dirección que imprimió este emperador a la administración y al ejército. Su sucesor, Constantino, consiguió la consolidación del poder imperial por medio de la adopción de una nueva y vibrante religión, el cristianismo, que podía unir un imperio inclinado naturalmente hacia la diversidad y la divergencia. El siglo IV fue un período decisivo, cuyos numerosos cambios y amplia diversidad cultural quedaron reflejados en la obra de su principal historiador, Amiano Marcelino, y en la aparición de figuras tan diferentes como Juliano el Apóstata y san Agustín, con quien precisamente acaba el libro. Averil Cameron pone de manifiesto el papel esencial desde el punto de vista teológico e histórico de Agustín de Hipona, con sus Confesiones, la primera autobiografía psicológica que conocemos, y con La ciudad de Dios, respuesta al saqueo de Roma por parte de Alarico en el año 410, y su madura reflexión sobre el papel de Dios en la historia.