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La historia de la pintura ha estado dominada por el deseo de expresar de un modo convincente las pasiones, las ideas y los sentimientos de los seres humanos. Los artistas se han servido así de la «fisiognómica», que atiende a su reflejo en los rostros, pero siempre ha contado mucho, también, el mundo de los gestos: los movimientos de las manos o las posturas del cuerpo en general han estado codificados, convirtiéndose en los ingredientes de una especie de lenguaje rico y bien articulado. El gran historiador del arte André Chastel se ocupó mucho de ello, y como muestra de sus agudas indagaciones acerca de este tema se recogen aquí tres de sus ensayos más significativos sobre la gestualidad en el Renacimiento, la significación del dedo índice y el llamado signum harpocraticum. Se trata de una introducción muy aguda y sugerente a un asunto básico de la cultura occidental.