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El alcance de las mutaciones que han transformado el cine documental en apenas dos décadas es de tal calibre que numerosas investigaciones señalan determinados vectores de desarrollo del género, como la heterogeneidad de sus planteamientos, su disparidad formal y una gran versatilidad en lo que se refiere a su proverbial capacidad para las hibridaciones con otros géneros, formatos y medios. El propio concepto de documental resulta insuficiente para referirse a un tipo de cine muy alejado del rigor de los planteamientos estéticos del documental clásico. Este nuevo cine de lo real se ha convertido en un punto de encuentro estilístico entre muy diversos discursos y estilos audiovisuales, géneros y propuestas formales que conforman un panorama complejo, cuya diversidad requiere un estudio analítico polifónico que contribuya a ubicar sus distintas prácticas. Las recientes incursiones audiovisuales en la textura de lo real, resultado de aproximaciones muy diversas y una paleta de recursos ampliada, combinan lo reflexivo con lo experimental, lo interactivo y lo hipertextual, construyendo un horizonte plagado de heterodoxias formales y conceptuales, que extienden las fronteras del concepto y lo conectan con otras esferas, aparentemente lejanas. Dando por cierto que el documental, antaño, presentara una cohesión que lo dotara de ciertas características homogéneas, premisa que intuimos tan cuestionable como su paralela cinematográfica relativa al cine clásico, y que se evidencia en aproximaciones al género tan diversas como las de Flaherty, Vertov o Vigo nos planteamos si, en la cultura visual contemporánea, el documental no supone más un gesto estético, ético, narrativo, que, liberado de los límites de su narrativa tradicional, serpentea en lenguajes, géneros y dispositivos en principio ajenos a él.