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Una Rusia moderna no podía dejar de lado a una Organización como la OMC, que es el epicentro del comercio internacional y de las negociaciones comerciales a nivel mundial. Nada fue fácil, sin embargo, dado el lastre que Rusia traía consigo tras el colapso de la URSS, tanto a nivel económico, como político y social, lo que acarreó 18 años de negociaciones, el periodo más largo de toda la Organización, hasta que el 22 de agosto de 2012 se convirtió en el 156 Miembro de la OMC. Pero Rusia aprendió pronto la lección, y desde el primer momento se comportó como un Miembro fiable y respetuoso en el sistema comercial multilateral, cuyo estandarte es esta Organización ginebrina. No obstante, hay que tener bien presente que Rusia se ha adherido a la Organización en unos momentos en que se padecía una crisis aguda a nivel económico a causa de la crisis financiera de 2008, y se gestaban otras a nivel político y geoestratégico, como el conflicto en Siria, la vergonzante intervención en Libia, la crisis en Ucrania y la destitución del Gobierno de Yanukovich, la anexión/unión de Crimea a Rusia, el conflicto en el Donbás etc, aspectos estos que tendrían efectos nefastos para la confianza que es necesaria entre los grandes actores comerciales internacionales. La llegada de la Administración Trump, cuyas reivindicaciones comerciales han hecho temblar a la Organización, y han descolocado a Miembros como la China e incluso a la UE, constituye la guinda del pastel. En todo este guirigay, las sanciones a Rusia por el tema de Crimea es la última boutade difícil de comprender, pues han creado más problemas que soluciones, como todo el mundo sabe. Y es que en el actual contexto económico internacional el hard and soft power están presentes, como casi siempre, aunque ahora quizás más que nunca.