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Toni Poveda "UT QUID PERDITIO HAEC?" ¿Qué va a sacar la sociedad española de la "gran cruzada" que se está montando a propósito de los así llamados "matrimonios de gays y lesbianas"? Evidentemente, el matrimonio es una realidad acreditada por una larguísima tradición de la Historia de la antropología ha dado buena y sabrosa cuenta. Una institución que ha dado lugar a estructuras muy diversas aun dentro de un esquema común, y que -en la cultura cristiano occidental- llegó a quedar "fijada" en la unión de un solo varón y una sola mujer, ligados inseparablemente por un sacramento que les mantendrá unidos en fidelidad y exclusividad hasta el fin de sus vidas. Así, entre nosotros, el matrimonio es entendido como una institución que, durante siglos, ha gozado de una salud excelente pero que en los últimos años va perdiendo parte de su prestigio. Ya la legalización de la estructura matrimonial civil supuso una buena "tormenta" ideológica. Por otro lado, resulta también evidente que nuestro mundo -sobre todo en su sector más tradicional- se ha visto acosado por el alarmante incremento del número de personas que se manifiestan homosexuales, y no pocas de ellas toman la decisión de vivir unidas. Pero, cuando eso ocurre, los homosexuales han tenido que hacer frente a dos graves inconvenientes: verse señalados como personas "pervertidas" y que además pervierten la noble institución "original" que es el matrimonio homosexual. Desde esa doble perspectiva por la que gays y lesbianas se sienten acosados y atropellados cuando no estigmatizados cuando reclaman lo que entienden por sus derechos, comienzan a surgir un poco por todas partes -y muy en concreto en nuestro país en los últimos procesos electorales- campañas de reivindicación de sus derechos frente a esa doble injusticia desde la que denuncian , no siempre con mesura y, muy frecuentemente, sí con folklorismo y espectáculos más o menos festivos, que se están pisoteando sus derechos: lo que fuerza a los diferentes partidos a definir sus posturas. Es más, en el fragor de la batalla electoral, todos se sintieron forzados a dar un paso más -al comienzo con un cierto aire cutre y banalizador alimentado por ritos extraños- reivindicando un tratamiento jurídico, económico y ritual en paralelo al tradicional matrimonio heterosexual en cualquiera de sus dos vertientes: civil o religiosa. Más aun: también exigen el derecho a una paternidad voluntaria lograda con la ayuda de las técnicas de reproducción asistida o por medio de la adopción a la que creen tener "derecho". Así planteadas las cosas, algunos gobiernos -entre ellos el nuestro- inician un proceso legislativo, sin quedar muy claro si se trataba de algo a lo que se había llegado como fruto de un convencimiento, o más bien forzados por sus procesos electorales. Y, cuando todo hacía suponer que se iba a tomar la decisión de buscar una salida "pactada" en la que aparecieran claramente diferenciados los distintos tipos de u"Unión" (heterosexual, homosexual y "de hecho" en todas sus variantes), las presiones que el poder recibe llegan a ser de tal calibre que se ve forzado a ponerlo todo en el mismo saco; porque ni los colectivos de homosexuales y lesbianas aceptan negociar siquiera la denominación, ni los partidarios de la posición contraria -parlamentaria o extraparlamentaria, y muy en concreto la Iglesia católica con todos sus pesos pesados- están dispuestos a dialogar. ¿Quién gana con ello? La respuesta simplista podrá inclinar a alguien a pensar que la victoria es para los apodados "lobys homosexuales". Pero quizá habrá que hacerse a la idea de que todos perdemos y nadie sale vencedor. La situación nos avoca a una sociedad más crispada, nos va a presentar el triste espectáculo de unos grupos políticos cada vez más enfrentados, una Iglesia católica con mayor fama de intolerante y unos colectivos de homosexuales y lesbianas cada día más falsamente envalentonados en sus guetos. ¿No hubiera sido más fácil y rentable para la salud política, y para aumentar la valiosa tolerancia ciudadana -que es lo que hace crecer en humanidad-, regular los aspectos jurídicos y económicos de forma que las parejas de cualquier tipo así constituidas, con toda libertad y derecho, no quedasen marginados ni en sus obligaciones ni en sus derechos, y reservar el título "matrimonio" -una vez liberado del simplismo reduccionista y tramposo con el que lo presentaba hace unos días el preconizado comisario europeo Sr. Butiglione, y las infantilizadotas obviedades de "no es lo mismo" que proclaman a los cuatro vientos la concejala de asuntos sociales de un gran ayuntamiento hispano -para "unión heterosexual". Por lo visto, no pudo ser. Y esa posibilidad nos aboca a un conflicto que no acaba más que de empezar y en el que se va a mezclar de todo: matrimonios homosexuales, el "derecho (¿) de adopción por parte de los "así" casados, la obligatoriedad o no -y su evaluación- de las clases de Religión, las subvenciones estatales a las instituciones religiosas, la ampliación de situaciones que despenalicen las prácticas abortivas, los apostillados "divorcios express"., ... ¿Tendremos, entonces, que soportar el peso de las acaloradas discusiones y "ruidosas campañas" que se avecinan? ¿Tienen derecho unos y otros a montar sus personales reivindicaciones, a caballo entre ideología y derechos, y con más tinte de cruzada que de manifestación de las propias ideas? En una situación sociológica muy diferente a ésta, los seguidores de Jesús lanzaron la pregunta al maestro: "Ut quid perditio haec?" (Mt. 26,8.). Se referían estas palabras a la "inversión en pérdidas" de unos gastos y esfuerzos que, a pesar de su valor de alcance religioso y simbólico, quienes, de algún modo, los sufrían no lo pudieron ver así. Tampoco nosotros lo hubiéramos comprendido al querer que nadie salga perdiendo. Allí tenía la razón, como no podía ser de otro modo, Jesús. Aquí, ¿quién podrá alcanzarla sin que nadie "pierda"?. |