La otra carne

FRANKENSTEIN, LOS ANIMALES, LAS BRUJAS son los materiales que prefiero para escribir. Cuando uno escribe sobre esas cosas, se le condena sin leerle y sus libros suelen ir directamente a la hoguera, porque lo correcto es escribir sobre grandes mentiras históricas, infancias felices o desgraciadas, investigaciones de crímenes sin sentido y otras cuestiones que se tienen por serias. La literatura llamada fantástica tiene un tufillo entre popular y de azufre que nunca ha sido del gusto de las Reales Academias. En este país, sobre todo, quitando las figuras insignes de R. M. del Valle Inclán, E. Pardo Bazán, A. Cunqueiro, A. Sastre y pocas más, casi nadie se atreve a escribir sobre los muertos ni a leer joyas como El Golem de Gustav Meyrink y Malpertuis de Jean Ray. La gente se asusta facilmente, sobre todo ahora que hemos conseguido hacer que la muerte parezca no existir. Si ya no existe, ¿para qué evocarla en relatos que traen el aroma antiguo de las flores marchitas?

Sin embargo, ahora más que nunca hay que profundizar en nuestro propio interior y dejar que surjan los fantasmas y nos cuenten sus cosas. Es sano y divertido. Una vez escribí una novela breve que se llama Las novias inmóviles, en la que me propuse alcanzar el terror absoluto sin prescindir del placer de seguir una historia cuyo protagonista era a la vez exquisito -un joven muerto reconstruido por dentro con soldaduras de oro- y atroz. Como imaginaba, los lectores con los que pude hablar no sólo no se sintieron repelidos sino que pedían más de lo mismo, porque les gustó la atmósfera mágica que envolvía a la muerte. Más de lo mismo es imposible cuando te has volcado en una narración, pero algo parecido hay en la que titulé Mater Tenebrarum, cuya protagonista es una aprendiza de bruja que vive en las tumbas y muere desgarrada por perros de presa al fallarle un sortilegio. Dicho así parece brutal, pero no lo es. En lo que llevo dicho, está todo lo que enuncié en la primera frase: me interesan los animales, las brujas, las criaturas artificiales. Estas últimas no sólo en la literatura de ficción sino también para estudiarlas desde los campos en los que me muevo en la Universidad: el arte, el cine y la literatura. Ultimamente, en nuestra cultura está cambiando el concepto de la carne. Los artistas llaman "La carne nueva" a la que está atravesada por la información, la velocidad, las redes. Cineastas como Cronenberg y Clive Barker, y creadores de body-art como Stelarc, Orlan, Marcel.li Antunez y otros someten el cuerpo y la carne a la violencia de la máquina y hablan del cuerpo post-orgánico y del cuerpo psico-orgánico como de un organismo obsoleto. Todo esto son metáforas que, en la pantalla o en una performance, resultan muy aparatosas, pero lo que están diciendo en realidad es que hemos entrado en una era en la que, perdida ya la ilusión humanista del hombre individual como medida de todas las cosas, somos una amalgama de elementos orgánicos e inorgánicos, estamos fundidos con las máquinas, de las que no podemos prescindir. Hay relativamente muchos estudiosos que tratan de profundizar en estos temas. Este es el momento de hacerlo, sobre todo desde el punto de vista de las mujeres, que están más cerca de lo objetual porque la civilización las ha situado allí. La muñeca se rebela, y hay que saber contra qué y apoyar su rebelión. Sobre todo esto escribí un libro llamado Máquinas de amar. Secretos del cuerpo artificial, en el que, partiendo del mito de Pigmalión como creador de un cuerpo que al principio es inanimado y luego vive y procrea, doy un repaso a la cultura de los autómatas, muñecas y replicantes, a la luz de esa nueva carne que a veces convertimos en basura.

Los animales merecen capítulo aparte. Todos los niños y adolescentes deberían leer La isla del Dr. Moreau de H.G. Wells, que, aunque un poco apolillada por el transcurso del tiempo, contiene las grandes verdades sobre las relaciones del hombre con los otros mamíferos y advierte del peligro de nuestra prepotencia y de nuestra crueldad. hacia ellos a causa de nuestra altanera ignorancia y esa manía humana de humanizarlo todo, es decir, de estropearlo todo. Cuando me dispuse a contar los amores de una funcionaria con un hombre oso en una novela, que se publicó con el título Piel de Sátiro, creí que los lectores no se lo tomarían en serio, pero la verdad es que esta especie de Caperucita situada en un ambiente urbano, contemporáneo y político, resultó creíble. Yo pienso que es porque, como en el caso del muchacho de oro, en el fondo se trata de una novela realista. Estas cosas las sentimos profundamente, sabemos que pueden suceder, que nos están sucediendo en el inconsciente aunque la cultura o incultura en que vivimos se esfuerza con todo su afán en distraernos con tonterías, utilizando de manera perversa instrumentos que podrían ser buenos, como la televisión u otros medios. En estos momentos estoy siguiendo dos de las líneas que te comentaba. Por una parte, el estudio del cuerpo y la carne desde el punto de vista del cine y la literatura, y por otra una novela que no voy a contar aquí, pero que quiero que sea una mezcla -espero que explosiva- de "peplum" y "gore". ¿Cómo lo ves?

Pilar Pedraza