El extraño Meursault o la indiferencia encarnada

En L´etranger Albert Camus -filósofo según los literatos y literato según los filósofos- resalta plenamente la personalidad del Meursault, el héroe de la novela. Muy logrado es el trabajo psicológico, es excepcional el modo en que la pluma del pensador va cincelando el carácter del protagonista, valiéndose de instrospecciones y de anécdotas varias. Desde las primeras líneas del libro puede uno advertir la glacial indiferencia de Meursault para con el mundo que lo rodea, todo le parece irrelevante. Recibe un telegrama donde le informan de la muerte de su madre, toma el autobús que lo lleva al asilo donde falleció y allí al interactuar con el conserje y el director deja notar su indiferencia colosal, que es vista como una pétrea dureza a los ojos de quienes lo reciben. Tanto durante el velatorio como durante el entierro va enredando los pies en las pequeñas telarañas de las reglas de convivencia. Un halo de apatía lo rodea permanentemente y su silencio es por lo general debido a que (no tiene nada que decir) Vive indiferente a las leyes, tiene un enorme desconocimiento de las reglas de convivencia, se mueve al margen de ellas y son esas sutiles leyes no escritas las que conspirarán contra él y acabarán condenándolo a enfrentar el cuello a la aguda cuchilla del patíbulo. Los sucesos en su vida parecen dictados por el doloso azar: su encuentro con Marie, su "amistad" con Raymond, su viaje a la playa y el absurdo asesinato del árabe con que finaliza el primer capítulo.

Todo parece fortuito. Le suceden cosas en las que evidencia su falta de ubicación; su situación es como una rueda dentada de incierto tamaño que no encuentra su posición en el engranaje del mundo. Meursault es un forastero en cualquier lugar, un extranjero en el planeta Tierra. Su personalidad huye de complejidades, ve intranscendencia en todas las cosas. Peca de sinceridad, un mal defecto en una sociedad hipócrita; carece de tacto, de disfraces, de doble rostro y por eso impacta contra los escollos. La segunda parte narra de su encarcelamiento, el juicio y su condena al patíbulo. La acusación parece deberse más a su comportamiento frente al cadáver de la autora de sus días que por el homicidio. Haber fumado y bebido café frente a su madre muerta, no haber acertado a decir su edad, no haberse recogido frente a su tumba luego del entierro y haber iniciado una relación irregular con una mujer apenas al día siguiente de su muerte, más que agravantes parecen ser los motivos que lo llevaron a juicio. Se nota una carencia del sentimiento de culpa en Meursault, la imagen que proyecta ante quienes lo juzgan es la de un insensible, un ateo, un monstruo sin corazón. Estando en la prisión y con la condena de muerte a cuestas, el protagonista de la obra reflexiona: "Pues bien, habré de morir... pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida).

La petición de indulto era como la tímida luz al final del túnel, la brizna de salvación. Pero la implacable clepsidra del tiempo arroja hacia el suelo sus arenas y se va diluyendo como la vida de Meursault, quien ya con la certidumbre de una muerte cercana solo desea para el día de su ejecución la presencia de muchos espectadores que lo acojan con gritos de odio. Es sabido que la literatura fue el mejor medio que hallaron los existencialistas para desparramar su pensamiento. Albert Camus, creador de la filosofía del absurdo, tejió en Mersault al prototipo de quien vive indiferente a la realidad, como héroe de su filosofía: las cosas carecen de sentido ¿para qué pues, prestarles atención?

Javier Viveros colaborador de Paraguay