"La novia del marinero de tanto esperar se cansó y se lió con el cantinero y el marinero se dió al alcohol ay niña de mis amores cuando arrecie el temporal y antes de darme por muerto búscame en el bar." LA CABRA MECÁNICA El viejo llegó al bar, entró por la puerta como uno más de los comensales, y le preguntó al camarero directo y seguro: -¿ Tiene botellas de champagne del bueno? "Sí" contestó el camarero. "¿Cuánto vale la más cara que tiene?". "Tres mil quinientas pesetas." "¿Es un buen champagne?" Preguntó con la seguridad de la edad, apoyado en su bastón de roble barnizado. Y cada vez que hacía una pregunta más sus ojos se llenaban de un regocijo infantil, mezclado con diminutas lágrimas que se sujetaban a esas ojeras de la edad. Tenía una voz clara y jovial, pero las consonantes le pesaban un nacimiento de dolores y pesares ancestrales. Sus manos parecían esculpidas por el mismo Miguel Ángel, preciosísimas, alargadas y con uñas bien cuidadas . Algunos de los dedos estaban manchados de tinta negra, otros sin embargo, blanqueaban , y uno de ellos refulgía con especial claridad, con un cincel plateado de un anillo con antiguos símbolos celtas en orlas oleadas. Este humilde narrador, testigo de la escena, y ya que es el narrador, sabe que entre los metocarpios y las falanges y la piel finísima, bajo ese anillo existe una inscripción: "Eternamente tuya. Te amaré siempre." Y una fecha: "3 de mayo de 1937." Si este viejecito se hubiese quitado ese anillo -que jamás lo hizo desde que ella se lo entregó- se hubiese visto en su dedo, justo debajo del nudillo, dicha inscripción vista como en un espejo, forjada y cincelada con las ígneas lágrimas que había derramado desde la eternidad hacia ella. Con pasos sinceros, con pie firme, oteó de entre las mesas del restaurante la de la esquina justo al lado de un ventanal limpio y claro que dejaba ver una ciudad absurda que seguía moviéndose a paso de ciempiés endiablado. Él ya llegaba tarde a todas sus citas. Su cita estaba allí, en aquella mesa junto al ventanal. Miró un par de parejas enamoradas besándose, un par o tres de rodillas como las de ella. Las lágrimas de antes por fin cayeron en silencio y con humildad en su pantalón gris. Pero en sus labios se desdibujaba una sonrisilla de adolescente tremendamente sincera. -¿Espera a alguien?- interrumpió el camarero. -Sí y no, por favor tráigame ese champagne caro y dos copas. No quiero resultar grosero, pero ¿podría limpiar las dos copas con saña, y dejarlas tan brillantes como este ventanal? Muchas gracias. ¿Cuánto dijo que costaba la botella? -3.500- dijo el camarero intentando denotar la misma educación y amabilidad bondadosa del tierno viejecito que se sentaba en una de sus mesas. El anciano sacó una cartera como si la extraje de un baúl de tesoros. Sacó un billete de cinco mil pesetas y dijo: -Quédese con el cambio. Muy amable, gracias. Miró otra vez a través del ventanal, allá las hormiguillas seguían correteando hacia sus casas. Esta noche habría tormenta. La bala de que le sacaron de la pierna en aquel frente junto a las tropas de Durruti le advertía de ello. Sereno y apacible agachó la cabeza cuando el camarero dejó en la mesa las dos copas relucientes, una bajo la barbilla y otra frente a él. -Por favor traiga la botella de champagne ya. El camarero un tanto extrañado pero orgulloso por su propina ni siquiera replicó, pero para sus adentros pensó "pobre viejo loco". Al momento, el camarero trajo la botella que la puso junto a él en una cubitera, y la tapó como si de un recién nacido se tratase, con una servilleta de las de los banquetes de dinero, y dio media vuelta hacia la barra, dejando al "loco viejecito" con sus juegos seniles. Pero en su corazón pensó en la afabilidad del anciano y le transmitió una paz y una pureza extraña, pero inmensamente placentera. El anciano, que porque no, llamémosle D. E., descorchó la botella con maestría y ni siquiera se inmutó con la explosión del tapón que guardó cuidadosamente en sus manos para después guardarlo en uno de los bolsillos de su chaleco gris, junto al reloj, que ya ni siquiera funcionaba.¿Para qué tiempo? ¿Para qué números? Vertió, hasta el borde, un poco de la botella de champagne en las dos copas. Entonces un ejército de lágrimas controladas se desbordaron por entre las arrugas de su cara. Pero eran cálidas y serenas, como un llanto de bebé sobre las mejillas de su padre. Cogió con manos temblorosas y llorosas su copa para chocarla contra la otra. "Feliz aniversario L. Hoy hace 30 años y 8 meses que estamos juntos." Bebió pausadamente mirando con lágrimas en sus ojos la silla que estaba frente a él y frente a aquella copa que en forma de burbujas y frío calentándose se hacían otras lágrimas de rocío en esa copa, en eso labios, en esos ojos-robles, en esos "Todo", de ella. Ella no bebió, sólo lo miraba desde la nada, o quizás desde otra parte de este mundo, o quizás sí, ni siquiera estaba allí ni allá, ni más acá de acullá. Bebió en silencio. "Sonrisa pesada y falsa esperanza -ella no volverá. -yo sigo amándola, jamás estuve con nadie desde 1937.Te amo L. Humos de embriaguez corretean por entre lágrimas de sauce, sé que, por lo menos en mi pecho, aún permanecerás por el resto de mi muerte. Te amo."
J.BERMÚDEZ (EDDIE) EQUIPO REDACCIÓN |