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Se dice, o por lo menos lo he leído, que a veces solía calarse una boina negra y una gabardina al más estilo de resistencia francesa y se echaba a la calle. Se dice que era tierna y tranquila, humilde hasta los ojos, y que no quería morirse. A los 74 años y a ritmo lento, el cáncer fue marchitando a la Caperucita de Madrid, o a la Reina de las Nieves. ¿O era quizás una mezcla entre Celia Y Santa Teresa de Jesús? Carmen tenía que llamarse, nombre de estirpe y fuerza. Desde la ventana, ahora ya sin boina ni gabardina, me la imagino sentada en una butaquita, hilando uno a uno los personajes de su nueva novela. Prendiendo de sueños el hilo a la cometa, todo empieza a nublarse y entonces ve el castillo de las tres murallas, se levanta, tan erguida como uno de esos torreones, ausente de una vida llamada presente, y es que lo difícil es vivir, aunque ella con lealtad y una feminidad exacerbante la vence y la transforma en Literatura. El pelo blanco de las Nieves aún le absorve más esa figura de Abuela de la Literatura Española. Carmen Martín Gaite es una de esas Madres de la Plaza de mayo, con ceniza de tiempos remotos de sabiduría y con una palabra tersa y amiga, que nos ha relatado las retahílas en el cuarto de atrás, a escondidas de la teoría de las letras. Propia de sí misma, con el carisma de esa estirpe de mujer de Guerra Civil – muchachona pero tierna como una nubosidad variable – nos ha dado de beber de los cuentos, de la poesía y de los personajes con nombre propio, el de su creadora. Con la pluma de su padre y el huevo de madera de su madre y de su abuela, dónde guardaba los sueños, se está reencarnando en pájaro, como ella quería, y levanta el vuelo hacia quién sabe dónde se esconden los poetas de nuestra literatura. Pero cosa por cosa, aún sin reponernos de la muerte de Valente, con quién compartió el Premio Príncipe de Asturias en 1988, nos queda la semilla sedosa de esta mademoiselle de la literatura castellana. Entre visillos, en 1957, Martín Gaite los aparta para que le concedan el Premio Nadal, y sea la primera mujer que lo obtiene. Una de las que ha sido madre de la literatura, gana en 1978 y 1994 el Premio Nacional de Literatura, como premio a su vivir sin estar al servicio de los objetos. Y anoche se sintió unas retahílas de pesar en el mundo entero, las mecedoras por un momento dejaron de mecer los sueños, y se asomaron a la ventana para ver volar un pájaro eterno, de plumaje ceniciento-nieve que subía hacia quién sabe dónde acojerán a los poetas de esta vida. J.Bermúdez Tirant lo Blanch. |