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1ª Edición / 102 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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El cementerio del capitalismo
Lo siento, pero no existe. Todavía. Tenemos pilas de cadáveres, algunas lápidas, unos cuantos arreglos florales, pero nos falta lo esencial: no tenemos tierra.
Nuestros muertos hoy duermen entre raíces, acarician las nubes, se bañan entre medusas sin temor al picor, nos cantan en la enfermedad. Su presencia vital nos ayuda a pensar. Pero no siempre fue así. Por eso hay tanto cadáver dando vueltas.
Aunque los tiempos llamados Antropoceno, Capitaloceno y Tecnoceno ya no son nuestros tiempos, sus fantasmas siguen alumbrando nuestras pesadillas? ¡Difícil
enterrar tanto cadáver incorrupto! Pero como son nuestros ancestros, nuestro porvenir, hemos aprendido a convivir con ellos. Tienen una almohada en cada cama, un cuenco con agua fresca en las ventanas, una ofrenda amorosa el Día en
que se abre el umbral.
***
Así me gustaría empezar un relato de ficción especulativa, que podría titularse «Pensar con lo que no quiere morir», y estaría situado en un futuro contaminado por nuestro presente. Plásticos, radiación, sequías y otras consecuencias de nuestra irresponsabilidad durante al menos los últimos cien años marcarían el escenario de la trama. Los protagonistas no medirían sus vidas según triunfos o
fracasos, ni siquiera según sus errores, sino según la sintonización entre sus intensidades, sus trayectorias, sus líneas de fuga y las necesidades de la comunidad.
Sus historias de vidas se irían tejiendo a través de las relaciones que les hacen ser, sus temporalidades serían un amasijo de sueños y experiencias, tan fragmentadas que hoy nos resultarían psicóticas.
Sueños como este nacen de la necesidad de imaginar mundos donde el olvido no se considere función necesaria para vivir el presente, mundos no dominados por Egos ni Yoes, mundos sin gobierno en los que pueblos y comunidades vivan en sintonía. Es un sueño de lo más vulgar, por común e imposible. Pero necesario.
Porque si no soñamos con otros mundos, apenas podremos vivir y morir en este.
Por eso son importantes libros como el que tenéis en las manos. Porque nos ofrecen perspectivas sólidas y análisis profundos sobre otros mundos que están en este, sobre las maneras posibles y probables de habitar esos mundos que apenas llegamos a vislumbrar.
Para que un terreno sea fértil y pueda alimentar nuevos brotes es necesario compost, semillas y cuidados. En estas páginas encontraréis abono y semillas, los cuidados van por vuestra cuenta. Así que prestad atención.
Tiempos de emergencia. Imaginarios, diagnósticos y ecologías nos invita a pensar sobre nuestros tiempos desde la gravedad del desastre generalizado y la necesidad de acción inmediata. Es necesario actuar, pero con responsabilidad y paciencia, virtudes poco cultivadas en el Antropoceno/Capitaloceno/Tecnoceno.
Que la urgencia no nos lleve a engaño: tenemos que pensar. Pero no pensar solos, desde nuestras fortalezas humanas, sino pensar con otros seres, con sus temporalidades y espacialidades específicas.
Para ello, necesitamos prestar atención y aprender a traducir desde lenguajes inabarcables, incomprensibles solo desde la razón, a los que podemos acceder atendiendo a las reverberaciones, los ecos, la repetición, el hábito de la escucha, la humildad, la sintonización.
Para llevar a cabo esta tarea propia de una aventura de ciencia ficción, necesitamos herramientas. Esas herramientas pueden ser puntos de vista desde los que tejer nuevos relatos para contrarrestar el peso de los mitos apocalípticos que erigen fetiches como verdades absolutas. El fetichismo de la tecnología, el fetichismo de la ciencia, el fetichismo del progreso, el fetichismo del gen? y la lista sigue. Cuando lo que necesitamos para pensar en clave simbiótica son figuras, no fetiches.
Los fetiches literalizan, induciendo de esta manera un error material y cognitivo elemental.
Los fetiches hacen que las cosas parezcan claras y bajo control. La técnica y la ciencia parecen tratar sobre la precisión, la ausencia de tendencias, el buen destino, y tiempo y dinero para llevar adelante el trabajo, y no sobre la creación semiótico-material
de tropos y la consecuente construcción de unos mundos y no de otros.1
De eso se trata, de la construcción de unos mundos y no de otros. De ahí la importancia de pensar en distintas temporalidades que conviven, superponiéndose y enredándose. No se trata solo de pensar en el futuro, en algo que ocurrirá (o no) en el porvenir, sino de atender a temporalidades no humanas, a temporalidades no capitalistas, a temporalidades narrativas que nos ayuden a reescribir historias de los orígenes. Porque el pasado se proyecta en el presente, lo que vivimos hoy es la cristalización de eventos pasados.
Pasado, presente y futuro se reconfiguran de manera constante, sostiene la física Karen Barad, de ahí la importancia de prestar atención a las reconfiguraciones en las que participamos. ¿Por qué se han solidificado unos hechos, y no otros?
¿Cómo puede la memoria ayudarnos a recrear pasados que lleven a la materialización de ciertos hechos, y no otros? No se puede cambiar el pasado, pero se puede, y es necesario, inscribir en la historia lo que fue anulado por la lógica de la narrativa del progreso.
Los distintos puntos de partida para hablar de la temporalidad que ofrecen estos textos se presentan como un diálogo entre distintas perspectivas. Ciencia ficción y muerte, insectos y bioarte, árboles y cantos fúnebres, el tecnoceno y el relato del fin de los tiempos, el antropoceno y sus fisuras. Temporalidades no humanas, los tiempos «alterados» del duelo y la enfermedad, un presente denso en que
pasado, presente y futuro se superponen y repliegan, invitando a dar respuesta de nuestras acciones a quienes acarrearán las consecuencias, son distintos puntos de partida a través de los cuales los distintos artículos de Tiempos de emergencia
nos invitan a una conversación que cuestiona la idea de futuro como salvación, las promesas incumplibles del progreso, la postergación del presente en aras de un futuro mejor, solo posible gracias a una solución tecnológica, postergación que
tanto se asemeja a la promesa cristiana del paraíso eterno.
Esta conversación abona el terreno donde pueden florecer formas de sintonización que reemplacen a la sincronización temporal actual, que acaba indefectiblemente en el apocalipsis. Dice Donna Haraway que, «A menudo, el futuro se da a partir de la posibilidad de un pasado». Lo apocalíptico es nuestro pasado, nuestro futuro todavía tiene alguna posibilidad. Solo si nos atrevemos a imaginarla.