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La figura del pintor barroco Claudio Coello (Madrid, 1642-1693) resulta sin duda una de las más relevantes del panorama artístico madrileño entre la muerte de Diego Velázquez en 1660 y el fin de la centuria. La escuela de pintura madrileña ofreció durante la segunda mitad del siglo XVII sus mejores frutos, propiciados por la confluencia de la tradición española y de las mejores lecciones del renacimiento veneciano y del barroco flamenco. Claudio Coello tal vez sea el pintor que con más brillantez encarne los logros de esta escuela, integrada por una notable serie de buenos artistas que practicaron un estilo pictórico en el que confluían esas diversas tendencias, de tal modo que sus obras hicieron gala de un lenguaje artístico unificador de todas ellas. Tras formarse con Francisco Rizi, Coello emprendió una exitosa carrera al servicio principalmente de diversas órdenes religiosas asentadas en la corte española, aunque también recibió importantes encargos de la nobleza y de las instituciones municipales de Madrid. Trabajó también para varias localidades del entorno de la Villa y Corte, así como para Toledo, Zaragoza y Salamanca. La recompensa a su buen hacer llegó en 1683, cuando fue nombrado pintor del rey Carlos II. Sin embargo, su fortuna comenzó a menguar tras la llegada a Madrid a principios de la década siguiente del napolitano Luca Giordano, con quien rivalizará por la primacía artística en el entorno regio hasta su muerte en 1693.