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1ª Edición / 56 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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Carlos Carnicer Presidente del Consejo General de la Abogacía Española Me gusta terminar la mayoría de mis discursos recordando el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que dice así: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". También repito siempre que puedo algo en lo que creo firmemente: "en cada despacho de abogados hay una oficina de Derechos Humanos". Un compromiso social, cívico y un compromiso profesional que, juntos, deberían bastar para impedir que en cualquier lugar del mundo se impidiera o se obstaculizara el derecho a la justicia, a la libertad y a ia igualdad, el derecho de defensa de los ciudadanos, sea cual sea su edad, su color, su raza, su ideología, su religión... Sesenta y cinco años después de que unos visionarios aprobaran la Declaración Universal de los Derechos Humanos no se puede negar que hemos avanzado y que en muchos lugares del mundo los ciudadanos tienen, cuando menos, la protección de las leyes y de los jueces. Pero siguen siendo muchos los países, los continentes donde la Justicia, con mayúsculas o con minúsculas, es sólo un desiderátum; donde los ciudadanos siguen siendo esclavos, súbditos de otros ciudadanos sin más méritos que ellos; donde los derechos son una palabra que se sigue defendiendo con sangre -a veces con la propia muerte- y no con abogados, con leyes y con jueces. Queda mucho, demasiado terreno por conquistar para que los hombres sean iguales en dignidad y derechos y se comporten fraternalmente los unos con los otros. Apenas hemos logrado recorrer unos pocos kilómetros en el maratón por los Derechos Humanos. Y muchos ya se han quedado en el camino. Más aún, en los países como el nuestro, donde la Justicia es un bien constitucionalizado, metido en los genes democráticos, la crisis está favoreciendo que algunos quieran desandar el camino, recortar derechos conquistados con mucho esfuerzo y mucho dolor de muchos ciudadanos. La crisis, posiblemente, debe hacernos más austeros pero no más pobres en derechos, en libertades, en legitimidad social. Si los abogados somos actores de la Justicia, no meros colaboradores, los humoristas no son tampoco periodistas de segunda.Todo lo contrario. Una viñeta suya puede ser mucho más directa, más impactante, más corrosiva, más sutil que el mejor de los titulares de portada o que el editorial más contundente. Por eso, hemos pedido a 45 humoristas que están entre los mejores de España, que nos den su particular respuesta a esta pregunta: Derechos Humanos, ¿todavía? Y en este libro tienen la respuesta. Claro que sí. Derechos Humanos, ayer, hoy y siempre. Hasta que sean reales y tangibles para el último ciudadano del mundo. Hasta que los hombres dotados de razón y conciencia, aprendan a comportarse fraternalmente los unos con los otros. Hasta que la igualdad y la dignidad formen parte de los genes de todos los hombres. Nuestro agradecimiento a estos 46 creadores geniales -Mingote nos dejó hace un año, pero a través de su mujer, Isabel, no ha querido faltar a esta cita con los abogados, repetición de otra de hace nueve años "Los Derechos Fundamentales con Humor- por hacer de la denuncia o de la exaltación de los derechos humanos un instrumento diario de su trabajo. Sin los abogados no hay justicia. Y sin los humoristas, no habría libertad ni, tal vez, esperanza. Juntos, y con todos los ciudadanos, queremos ganar esta carrera que es la más importante que puede correr un ser humano." Derechos Humanos, ¿todavía?". Derechos Humanos, siempre.