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«La justicia debería ser una, pero a menudo es cero. Cero coma cero cero cero...» La idea de perfección, como virtud por encima de cualquier ética, ofrece su faceta más siniestra en la banalidad del mal que campa a sus anchas por los versos de este poemario. Una denuncia contra la tiranía cotidiana del grupo sobre el sujeto crítico que no tolera la indolencia del vecino ante la injusticia. Esta sentencia poética trata el desencuentro entre la praxis judicial ciudadana y el ideal de justicia en el que alguna vez se creyó. Tópico tan antiguo y remoto como el de que las apariencias engañan, como la de los personajes que son convocados en la prosa poética: un elenco de farsantes que interpretan su papel en el teatro del mundo en el que nos ha tocado vivir. ¿Qué sentido tiene la palabra «justicia» si su suma total es cero y la presunción de inocencia ha muerto? Esta obra interpela al lector para que se posicione ante el dilema de vivir en la verdad o vivir en la mentira y pueda, de este modo, sacar sus propias conclusiones.
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