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1ª Edición / 403 págs. / Tapa dura / Castellano / Libro
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Edgar Allan Poe en la mitad del siglo XIX creó la novela policiaca. Y, dentro de ésta, dio origen a la que se llamó novela de enigma. En ella se trataba de que un genio de la deducción resolviera un misterio, casi como un juego entre al autor y el lector. Después los nombres más destacados fueron Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes) y Agatha Christie (Poirot) pero hay muchos más. En este tipo de novelas importaba el misterio, no la realidad social en la que se desarrollaba el enigma. En los años veinte del pasado siglo en los Estados Unidos concurrieron dos circunstancias que dieron lugar a la que llamamos novela negra. Por un lado, la Ley Seca impulsó el gansterismo y, por otro, la Depresión fomentó el desempleo y la corrupción política y policial. Con estas circunstancias la novela enigma dejó de tener sentido. Y lo adquirió la novela basada en lo que sucedía en las calles de las grandes ciudades, la novela de la acción y de la violencia. El gansterismo fue urbano y se mataba por dinero. No había en esa novela nada de juego. La figura inicial fue el detective privado y, luego, la acción se narró también desde el punto de vista del criminal. Después apareció la degeneración del detective o del policía duro y, por último, la violencia sin más e, incluso, hasta la novela cruel. Esa novela negra es la que se vive en este libro. Cientos de novelas pasan por sus páginas y decenas de autores se toman en consideración. De toda la literatura el género más vendido es el de la novela policiaca. Algo tiene que haber en ella que atraiga a miles de lectores. Naturalmente aquí no se trata de hacer erudición. Se pretende distraer, e incluso, divertir al lector.