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1ª Edición / 132 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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La expresión metafórica ha acompañado las comunicaciones humanas de todo tipo. Ya sean las emanadas del lenguaje popular, siempre creativo, ingenioso y claro, ya sean las procedentes del preciso y depurado lenguaje científico. O las del lenguaje poético. En estos tiempos de pantallas, mensajes icónicos, de aceleradas actividades y permanentes prisas, de mensajería llamativa y emocional, quien quiera relacionarse y compartir mensajes con los otros ha de esforzarse por atender y cuidar las formas de comunicación.
Gracias, dado que Vd., amable lector, es uno de los esforzados hacia ese tensor de la conciencia humana que me he animado a describir como elevado, ¿espiritual?. Por eso, he recurrido a las metáforas. Por comunicar un mensaje, algo abstracto, tendente a lo teórico, que requiere la presencia activa de la conciencia. La metáfora abre horizontes expresivos a lo compartido en la comunicación. Anima matices que el lenguaje más objetivo de la precisión lingüística denotativa no alcanza a mostrar. Así, la teoría de la educación siempre ha utilizado metáforas, más o menos creativas, dada la complejidad de su objeto de estudio y la necesidad de abrir otros horizontes expresivos.
En la metáfora, el lenguaje nos dice mucho de la condición humana. Por ejemplo, que la palabra posibilita la apertura del espíritu. El lenguaje es en sí mismo metafórico. Es un medio de clarificación y entendimiento, pero no es claridad aislada y dominadora. Es luz que
ilumina en la complementariedad. El destino y la problematicidad del humano: ser conciencia, luz, pero siempre necesitada de completarse y alimentarse del encuentro con otras palabras. Siempre en diálogo.