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1ª Edición / 128 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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PRÓLOGO Juan Antonio García Amado1 En cuanto filosofía política de nuestro tiempo (aunque con antecedentes claros en otras épocas), el republicanismo ocupa un lugar sumamente interesante, pues se halla en un terreno intermedio entre las dos grandes alternativas filosófico-políticas dominantes, el liberalismo individualista y el comunitarismo. Para el liberalismo, la sociedad está compuesta por individuos autointeresados, cada uno de los cuales tiene como supremo y racional objetivo la maximización de su bienestar o felicidad, y que respetan las reglas del juego común solamente en la medida en que les conviene, sea porque de la cooperación de todos bajo esas regla sacan ventaja, sea porque tales reglas son eficazmente impuestas y resultaría dañino para el interés propio el padecer la sanción resultante de su vulneración. Para el comunitarismo, en cambio, ese individuo en el que piensa el liberalismo es una entelequia sin sustancia, un constructo teórico tan vacío como imposible. Los comunitaristas piensan que, más allá de nuestra dimensión corporal, empírica, todo lo que somos lo somos por razón de la comunidad cultural en la que nacemos y nos socializamos y de la que formamos parte al modo de elementos de un ente superior. Mientras que los liberales operan con el modelo de un ser humano que es autónomo porque en sí mismo, en tanto que sujeto individual, lleva los ideales, el modo de ser y la vocación que configuran su personalidad peculiar y distinta de la de cada uno de los otros, los comunitaristas estiman que es la sociedad la que imbuye a los sujetos de esos caracteres (ideales, modo de ser, vocación?) que hacen que parezca diverso cada uno, pero que, en verdad, sirven para que todos compartan las notas identitarias de una comunidad.