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1ª Edición / 76 págs. / Rústica / Castellano / Libro
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Los abogados pasan largos años aprendiendo lo que dicen las leyes. Mas si es verdad que no todo lo que es lícito es moralmente bueno, y que la ley sólo controla lo que hacemos pero no lo que pensamos, quizás el siguiente paso en la formación humanista de un jurista sea ahora aprender lo que es justo. Pero para esto hace falta ser sabio, y la sabiduría, no es producto intelectual de la reflexión jurídica -necesariamente técnica y procedimental pero en veces insuficiente y seca- hecha sobre los textos legales. La sabiduría ha de buscarse en esa otra clase de textos que sirven de fundamento a la educación humana de los ciudadanos porque recogen la experiencia moral de la humanidad: es decir, los textos clásicos, que, como su nombre indica, provienen de "clase", sinónimo para griegos y romanos de "proporción" y "buen gusto", algo completamente explicable porque mediante su lectura se aprende mejor que en cualquier otra clase de textos, a tomar gusto por la verdad acerca del hombre, primera de las motivaciones necesarias en un estudioso del derecho para poder elaborar un trabajo intelectual -a nivel de licenciatura o de posgrado- en el que los problemas modernos de los que la ciencia del derecho se ocupa, encuentren una sólida fundamentación histórica y antropológica.