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1ª Edición / 104 págs. / Rústica / Castellano / Libro
En papel: Disponible |
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París era una fiesta. Le creemos al escritor estadounidense muy querido en Cuba, don Ernest Hemingway, creador de El viejo y el mar, pero igual al autor cuando nos dice que San Andrés Tuxpan también lo era, y lo es. Ambos sitios, tan lejanos en geografía pero no en humanidad, fundamentan tal aserto en lo lúdico, en ese anhelo de divertimento y catarsis para acercarse al momento primigenio, aquel que modela nuestra identidad no sólo cultural, sino también social, política y económica, insertando incluso lo religioso en todas ellas. En efecto, la fiesta da identidad porque implica una vuelta al caos, al principio de todo, en el cual cada individuo tiene la posibilidad de renacer, rehacerse, reasumirse y recrearse en una perspectiva de libertad, aunque dentro de un territorio simbólico que no se atreve a dejar de lado porque es el que da unidad, principio, desarrollo y fin, al confluir ahí el tiempo y el espacio, dones esenciales y fundamentales para la vida humana.
Esta obra nos lleva a considerar que el tiempo y el espacio, cuyo encuentro inicia el mundo, marcan el punto fundamental de cualquier estrategia de relación humana: sea física, espiritual y/o racional. Y nos propone, que una de las maneras de acercarse a ese tiempo básico de la creación es la fiesta, misma que, sin olvidar sus características rituales, cumple con dos momentos especiales en lo social: uno personal, otro colectivo. Por supuesto, ambos se construyen y definen en lo cultural.