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El estudio de la hacienda como unidad productiva cobró importancia en los últimos cincuenta años en México. Hasta entonces sólo existían algunas monografías que daban a conocer información específica sobre determinada propiedad, y gran parte de los estudios publicados caían en generalizaciones sobre su origen y desarrollo dando lugar a una leyenda negra que se ciñó sobre ellas.
Según el historiador Bernardo García Martínez, el mexicano promedio de hoy tiene una imagen colec-tiva del pasado producto de la historia oficial que difundió una visión "llena de simplificaciones, false-dades y estereotipos". Generalmente, cuando se habla de la hacienda mexicana aparece la idea de una explotación "generadora de miseria, con tiendas de raya, peones endeudados y vecinos despojados de sus tierras". Sin embargo, esta visión es cuestionable y sólo podría corresponder a la de algunas hacien-das de fines del siglo XIX y de ciertas zonas del país donde se desarrollaron las explotaciones azucareras y henequeneras, pero no a las haciendas de la época colonial ni a muchas que se hallaban en activo en la última etapa de su existencia en otras zonas del país.
En los últimos años, diversos estudios han demostrado que no existió "la hacienda" como una unidad típica de producción con características comunes; más bien, se podría hablar de "las haciendas" porque su existencia se vio influenciada por circunstancias históricas, geográficas, vocación productiva, mano de obra, cuestiones de mercado y estatus social del propietario, entre otras.
Las haciendas mexicanas empezaron a gestarse desde el siglo de la Conquista como resultado de haber conjugado en mayor o menor grado los privilegios que otorgaba la encomienda (en algunos casos), con la obtención de mercedes de labores agrícolas y estancias ganaderas, y la compra y usurpación de tierras en general. Las haciendas como unidades productivas maduraron durante el virreinato, pero en gene-ral tuvieron su origen en el siglo XVII cuando la mayoría adquirió las características que las habría de identificar como unidades de producción. Se trataba de empresas productivas que contaban con un te-rritorio extenso, aprovechamiento de agua, organización laboral jerarquizada con un número conside-rable de trabajadores permanentes y temporales, y una producción enfocada a satisfacer los mercados. Con base en lo anterior, y de acuerdo con Herbert Nickel, la hacienda es la unidad productiva caracte-rizada por el dominio sobre la tierra, el agua, la fuerza de trabajo y los mercados regionales y locales
Durante el siglo XVIII, después de las reformas borbónicas, muchas haciendas aumentaron su superficie y se consolidaron como tales; aunque hubo casos en que tuvieron que cambiar de pro-pietario por las graves crisis agrícolas que las azo-taban, para cubrir la hipoteca que pesaba sobre la propiedad debido al financiamiento adquirido y los réditos que cada día la consumían, o por la presión fiscal ejercida por las autoridades.
Durante el siglo XIX, sobre todo en la primera mitad, la hacienda padeció una serie de proble-mas a causa de la inestabilidad política del país por la guerra de independencia y los conflictos que enfrentaron a liberales y conservadores en continuas luchas por el poder. Para la segunda mitad del mismo siglo, la hacienda alcanzó un crecimiento inusitado transformándose, muchas de ellas, en verdaderos latifundios, como conse-cuencia de la desamortización y nacionalización de los bienes de las corporaciones civiles y religio-sas que decretaron las Leyes de Reforma. Ya en la etapa porfirista alcanzaron una consolidación ex-traordinaria hasta llegar a su ocaso con el reparto de tierras iniciado en 1915 por los gobiernos re-volucionarios y que culminó con la reforma agra-ria del régimen cardenista.
Alrededor de las haciendas se estructuró el sis-tema agrario del país y fueron motor de su desa-rrollo económico porque contribuyeron no sólo a la evolución del medio rural sino también de los centros urbanos donde ejercieron su influen-cia. Hoy en día no podemos negar la importancia que tuvieron desde el punto de vista económico en los siglos pasados; más bien, debemos aquila-tar su existencia en la dimensión que les corres-ponde.
Desde el punto de vista territorial las haciendas desaparecieron; sin embargo, podemos seguir las huellas de algunas propiedades a partir de los cascos que se han conservado al paso del tiempo. Muchos de ellos aún conservan capillas, habita-ciones decoradas, mobiliario, obras de arte, im-plementos de trabajo agrícola, trojes, patios, eras, bodegas, caballerizas, etcétera. En otros casos, las construcciones fueron derruidas y sólo quedan vestigios del esplendor de épocas pasadas; otras más, desaparecieron por completo y sólo pode-mos saber de ellas a partir de documentos, tes-timonios de viajeros, alguna pintura, estampa o fotografía y, por supuesto, por tradición oral. No podemos negar que unas y otras cuentan con un gran valor histórico y cultural y, por lo mismo, merecen recordarse.
En la región de Toluca existen haciendas que conservan lo mejor posible su estructura singular porque han estado bajo el cuidado de sus pro-pietarios originales y de sus descendientes. Otras, fueron adquiridas por personas que probablemente no descienden de antiguos hacendados, sin embargo, muestran inclinación y aprecio por lo que las haciendas representaron, sobre todo durante su época de esplendor alcanzada con la Pax Porfírica, y por lo mismo han rescatado las fincas tratando de devolverles el carácter origi-nal que las distinguió en otro tiempo. Algunas forman parte de instituciones públicas que han sabido aprovechar las instalaciones y los espacios para el funcionamiento de ambientes culturales. Otras más, han desaparecido y sólo podemos sa-ber de ellas a través de recuerdos y de la historia.
Alfonso Sánchez Arteche a través de las páginas de Haciendas Mexiquenses destaca el gran potencial cultural, deportivo y turístico que pueden llegar a desarrollar las haciendas en la actualidad. En cier-to modo sugiere transformar estos lugares en sitios visitables con fines de turismo cultural como ocu-rre en otros lugares donde se han habilitado anti-guos castillos, monasterios, palacios o mansiones de la nobleza como paradores de turismo, lugares de descanso y museos. Como sea, vale la pena re-cuperar nuestro patrimonio cultural.